Hacia una red comercial más policéntrica, con una permisología a la altura del siglo XXI

Por Joaquín Konow, Gerente de Desarrollo de EBCO Desarrollo y Rentas

La cancelación del futuro centro comercial en Vitacura puede leerse como un revés puntual. Pero, en realidad, es el síntoma más visible de un proceso que Santiago venía incubando hace años: el desplazamiento del desarrollo urbano desde un eje hiperconcentrado hacia una red mucho más policéntrica.

Vitacura fue durante dos décadas el terreno fértil para casi cualquier proyecto comercial. Alto poder adquisitivo, buena infraestructura y una marca comunal potente. Pero el éxito tiene costos: saturación vial, límites normativos y poco espacio para crecer. Lo que antes era una ventaja competitiva, hoy es una barrera estructural.

Ese techo no implica un declive, sino un reequilibrio. La demanda se está moviendo hacia donde vive la gente, no donde históricamente han estado los malls. Chicureo, Colina, Lampa, Buin, Padre Hurtado: zonas donde el crecimiento demográfico supera con creces la oferta de servicios. Lo que ocurrió en Vitacura sólo confirma que los próximos polos comerciales dejarán de gravitar exclusivamente en torno a las mismas tres avenidas del sector oriente, dando paso a una estructura más descentralizada y consistente con la tendencia global de las “ciudades de 15 minutos”, donde los servicios esenciales —trabajo, comercio, salud, educación— deben estar a una distancia razonable para mejorar la calidad de vida y fortalecer las comunidades de barrio.

El otro aprendizaje es igualmente relevante. La permisología ya no es un trámite burocrático: es uno de los campos de batalla más extensos y complejos del desarrollo urbano actual. El caso del IMIV en Vitacura no refleja un simple cuello de botella técnico, sino algo más profundo: que los procesos administrativos involucran múltiples capas de validación, criterios que no siempre están sincronizados y una interacción institucional que puede ser determinante para el futuro de un proyecto, incluso cuando su ingeniería es robusta.

Esto exige un nuevo estándar. No basta con cumplir la letra técnica; hay que anticipar la diversidad de exigencias, modelar impactos con mayor granularidad y coordinar desde etapas tempranas a todos los actores públicos y privados. Y, además, entender que hoy la evaluación de un proyecto también pasa por su licencia social: la manera en que las comunidades interpretan su aporte, su pertinencia territorial y su capacidad de mejorar la vida cotidiana. En un escenario donde la ciudadanía influye de forma creciente en decisiones administrativas, esa dimensión es ineludible.

Lo de Vitacura no es el fin de nada. Es un recordatorio. Las ciudades cambian y la infraestructura debe moverse con ellas. Los centros comerciales no pueden seguir aferrados a coordenadas que funcionaron en el pasado. Hoy los polos reales emergen donde las familias se instalan, donde los servicios faltan y donde el desarrollo urbano aún tiene espacio para crecer.

Santiago está dejando atrás la idea de un único “sector oriente” dominante. Y esa, al final, es una buena noticia: una ciudad más equilibrada es una ciudad mejor para todos.