Por Antonio Herrera Cabanillas
Por años, las discusiones sobre cambio climático se centraron en lo ambiental o lo moral. Hoy, es también un asunto de estrategia económica. Las empresas que no adapten sus modelos a los riesgos climáticos se enfrentarán a una nueva realidad: pérdida de mercados, restricciones de financiamiento y erosión reputacional. En otras palabras, la inacción es más costosa que el cambio.
El costo del cambio… y el costo de no cambiar
Según el Informe de Riesgos Globales 2024 del World Economic Forum, los cinco principales riesgos para la próxima década están directamente relacionados con el clima: fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de biodiversidad, escasez de recursos naturales, contaminación y migraciones forzadas.
El Banco Mundial estima que los desastres climáticos ya generan pérdidas por más de 520 mil millones de dólares anuales, afectando especialmente a países en desarrollo. En América Latina, la CEPAL calcula que los costos del cambio climático podrían reducir el PIB regional en hasta un 5% hacia 2050 si no se toman medidas de adaptación.
Frente a estas cifras, hablar de sostenibilidad como un gasto se vuelve absurdo. Invertir en sostenibilidad es invertir en resiliencia económica.
El clima como variable de competitividad
El clima ya no es una externalidad. Afecta directamente la productividad, el acceso a materias primas, la logística y la estabilidad de las cadenas de suministro. Según McKinsey (2023), las interrupciones climáticas podrían afectar hasta un 25% de la producción global de alimentos y materias primas hacia 2040.
Las empresas más avanzadas han entendido esto y están incorporando el riesgo climático en su gestión estratégica. No se trata solo de medir emisiones o cumplir normas, sino de rediseñar modelos de negocio para operar en un planeta diferente.
Empresas mineras, agroexportadoras y energéticas de la región ya han comenzado a invertir en tecnologías limpias, eficiencia hídrica y restauración de ecosistemas. Aquellas que no lo hagan pronto podrían quedarse fuera de las cadenas de valor internacionales, especialmente frente a las nuevas exigencias de la Unión Europea y los inversionistas ESG.
El riesgo financiero del carbono
El sistema financiero también está reaccionando. El Network for Greening the Financial System (NGFS) —que agrupa a más de 120 bancos centrales— advierte que el riesgo climático puede desestabilizar la economía global. Los bancos multilaterales y fondos de inversión ya condicionan créditos a compromisos verificables de descarbonización.
Esto implica que, en el futuro cercano, acceder a financiamiento dependerá de la capacidad de demostrar desempeño ambiental real. Según Moody’s (2024), las empresas con bajas calificaciones ESG enfrentan un costo de deuda 1,5 veces superior a sus pares sostenibles. En resumen: la sostenibilidad ya tiene precio.
Perú: vulnerabilidad y oportunidad
Nuestro país ocupa el puesto 45 entre los más vulnerables al cambio climático según el ND-GAIN Index 2023. Las sequías en la sierra, las inundaciones en el norte y el retroceso de glaciares no son fenómenos aislados: son alertas sobre la fragilidad de nuestro modelo productivo.
Pero la vulnerabilidad también puede ser una oportunidad. Perú cuenta con una de las mayores reservas de biodiversidad del planeta, con potencial para convertirse en un hub de innovación climática. Invertir en energías renovables, agricultura sostenible y bioeconomía no solo protege el ambiente: diversifica la economía, crea empleo y abre nuevos mercados internacionales.
Del discurso a la acción corporativa
Para que la sostenibilidad sea más que una declaración, las empresas deben adoptar tres compromisos concretos:
- Medir su huella climática completa (Alcances 1, 2 y 3) y establecer metas de reducción verificables.
- Integrar el riesgo climático en la planificación estratégica, evaluando impactos en operaciones, cadenas de suministro y comunidades.
- Reportar y transparentar resultados, sumándose a estándares como TCFD o ISSB, que ya son referencia global.
La acción climática no es solo responsabilidad del Estado: también del sector privado, cuya capacidad de innovación y ejecución puede acelerar la transición hacia economías bajas en carbono.
Conclusión: competitividad o irrelevancia
Las empresas que no internalicen los riesgos del cambio climático están jugando con su propia viabilidad. Ignorar el impacto ambiental ya no es una opción estratégica, es un suicidio empresarial a cámara lenta.
El futuro será verde o no será. No habrá competitividad posible en economías que destruyen el entorno del que dependen. Las compañías que comprendan esto a tiempo no solo sobrevivirán, sino que liderarán la nueva economía sostenible que el mundo — y el planeta— necesitan con urgencia.






