Voluntariado peruano: avances, desafíos y la oportunidad de volver a empezar

Por Antonio Herrera Cabanillas

Cada 5 de diciembre celebramos el Día Internacional del Voluntariado. Es una fecha simbólica, sí, pero sobre todo es un recordatorio de que miles de peruanos siguen moviendo el país desde un lugar silencioso: la convicción de que podemos ser mejores cuando actuamos por y para otros. Después de once años liderando a más de 18 000 voluntarios en distintos proyectos del sector público y social, puedo afirmar que el voluntariado peruano ha crecido, se ha diversificado y hoy vive un momento clave. Un momento que merece celebrarse, pero también analizarse con honestidad.

Los avances: un ecosistema más amplio, más técnico y visible

En la última década, el voluntariado en el Perú ha logrado progresos que no se pueden ignorar:

  1. De la buena voluntad a la gestión profesional

Hoy muchas organizaciones entienden que el voluntariado no es improvisación. Hay metodologías, marcos legales, procesos de selección, de formación y de cuidado del voluntario. Se reconoce, cada vez más, que los voluntarios son talento humano, no mano de obra gratuita.

  1. Diversificación de causas y perfiles

El Perú ha pasado de un voluntariado centrado en campañas eventuales a un ecosistema más especializado: educación, sostenibilidad, salud mental, cultura, tecnología social, incidencia juvenil, respuesta ante emergencias. También creció la participación de profesionales y de voluntarios digitales.

  1. Institucionalización pública.

El Estado peruano ha dado pasos importantes con el marco normativo vigente, la creación de plataformas regionales y grandes esfuerzos de la Dirección de Voluntariado del MIMP en la promoción del voluntariado peruano.

  1. Reconocimiento social

Hablar de voluntariado ya no genera extrañeza. Hoy las familias, las universidades y muchas empresas reconocen su valor formativo y comunitario.

Los desafíos: aquello que aún nos limita

A pesar de lo avanzado, la realidad del voluntariado peruano revela vacíos estructurales que seguimos arrastrando.

  1. Confusión entre voluntariado y asistencialismo

Persisten iniciativas que replican lógicas asimétricas: entregar y marcharse. Eso no es voluntariado transformador. Falta enfoque de desarrollo humano, de sostenibilidad y de impacto medible.

  1. Proyectos sin diagnóstico ni claridad de propósito

En muchas organizaciones —públicas y privadas— todavía se diseñan actividades “porque siempre se han hecho”, sin análisis de necesidades ni objetivos claros. Esto genera burnout, rotación y frustración tanto en voluntarios como en comunidades.

  1. Escasa articulación entre actores

La cooperación entre Estado, empresa, academia y sociedad civil sigue siendo débil. Se trabaja en silos. Falta construir verdaderos ecosistemas territoriales de voluntariado que conversen entre sí y que acumulen aprendizajes.

  1. Falta de indicadores y evidencia

Hay poca medición rigurosa del impacto. Sin datos, el voluntariado queda reducido al relato emocional, dificultando inversiones, continuidad y políticas públicas más robustas.

  1. Fragilidad en la formación y cuidado del voluntario

Muchos proyectos no cuentan con protocolos de seguridad, acompañamiento emocional ni rutas de crecimiento. Esto es especialmente crítico en voluntariado juvenil y en intervenciones con poblaciones vulnerables.

Los errores frecuentes: aquello que debemos corregir ya

Como sector, cometemos errores que vale la pena reconocer para no repetirlos:

  • Hacer por hacer, sin estrategia.
  • Usar voluntarios para tareas que deberían ser remuneradas, desnaturalizando el rol del voluntariado.
  • Exponer voluntarios a riesgos sin preparación adecuada.
  • Prometer impacto que no se puede demostrar.
  • Confundir masividad con calidad.
  • Poner a la comunidad en un rol pasivo, sin darle voz en el proceso.

Reconocer estos errores no debilita al voluntariado peruano; lo hace más honesto y maduro.

Una mirada hacia adelante

Después estos 11 años como gestor de voluntariado, sigo creyendo que el voluntariado es una de las escuelas más poderosas de ciudadanía. Pero también creo que estamos llamados a elevar el estándar. A profesionalizar sin perder humanidad. A innovar sin perder raíz comunitaria. A servir sin protagonismos.

Hoy el país necesita voluntariados que articulen, que escuchen, que planifiquen, que documenten, que cuiden y que transformen. Necesitamos alianzas estratégicas, políticas de largo plazo y liderazgo ético. Y necesitamos un ecosistema que valore tanto la entrega del voluntario como el derecho de la comunidad a recibir un servicio digno y competente.

Conclusión

El voluntariado peruano avanza. Tropieza. Aprende. Y sigue avanzando.
La tarea no ha terminado. Y mientras existan desigualdades, brechas sociales y oportunidades para construir un Perú más justo, seguiré convencido de que aún puedo, y podemos, aportar más.

Porque servir no es un momento: es una forma de estar en el mundo.