Por Antonio Herrera Cabanillas
Cerrar un año siempre invita a mirar atrás y evaluar lo vivido. Pero este cierre de ciclo, mientras el Perú se encamina hacia decisiones electorales que marcarán el rumbo de la década, exige algo más que reflexión: exige responsabilidad. El 2026 no será simplemente un año más. Será una bifurcación histórica que nos obligará a definir qué tipo de sociedad queremos construir.
Vivimos tiempos de incertidumbre, de cansancio y de frustración, sí. Pero vivimos también tiempos de oportunidad. El Perú atraviesa una crisis prolongada, pero no irreversible. Tenemos talento, recursos, capacidad emprendedora y una ciudadanía que, a pesar de todo, sigue creyendo en el progreso. Lo que nos falta no es potencial: nos falta rumbo. Por eso este artículo no mira el 2026 como un riesgo, sino como un punto de inflexión.
¿Qué clase de sociedad queremos ser?
Los países no se transforman por accidente. Se transforman cuando sus ciudadanos deciden qué valores quieren que los guíen. Y el Perú hoy debe hacerse preguntas difíciles:
- ¿Queremos ser una sociedad que normaliza la confrontación, o una que construye consensos?
- ¿Una economía atrapada en ciclos cortos y desconfianza, o una economía que apuesta por inversión, innovación y productividad?
- ¿Un país que acepta la informalidad como destino, o uno que crea oportunidades para que más personas puedan progresar?
- ¿Seguiremos eligiendo líderes que prometen soluciones fáciles, o empezaremos a exigir responsabilidad, coherencia y visión de largo plazo?
Las elecciones no resuelven los problemas de un país; solo eligen a quienes tendrán la tarea de enfrentarlos. Pero los ciudadanos sí pueden decidir el tipo de liderazgo y el tipo de modelo de país que desean construir.
Lo que debemos corregir — y que ya no puede esperar
Si queremos un 2026 distinto, debemos reconocer sin maquillaje lo que venimos arrastrando por años:
- La desconfianza como norma
Somos una sociedad desconfiada: del Estado, de las empresas, de los políticos y, muchas veces, entre nosotros mismos. Esa desconfianza es un impuesto invisible que encarece todo: proyectos, inversiones, acuerdos, reformas.
- La informalidad como barrera estructural
Más de la mitad del país vive fuera del marco formal. No por elección, sino por falta de oportunidades. Corregir esto no es castigar, sino crear un ecosistema donde formalizarse sea posible, sencillo y valioso.
- La fragmentación política y la debilidad institucional
Cambiamos ministros cada mes, prioridades cada año y rumbos cada elección. Un país no puede avanzar sin estabilidad ni continuidad. El 2026 debe ser un punto de partida para reconstruir instituciones con reglas claras y visión compartida.
- La falta de una agenda de crecimiento
Sin crecimiento no hay empleo, sin empleo no hay movilidad social y sin movilidad social no hay esperanza. Y sin esperanza, un país se rompe. Necesitamos volver a hablar de inversión, productividad, competitividad y educación pertinente.
Reconocer nuestros desafíos no es pesimismo: es el primer paso de una estrategia.
El Perú que podríamos ser
Pero, así como debemos señalar lo que nos frena, debemos recordar lo que nos impulsa:
- Somos uno de los países más emprendedores del mundo.
- Tenemos sectores competitivos a nivel internacional: minería, agroindustria, gastronomía, energía, turismo.
- Somos una sociedad diversa, creativa y resiliente.
- Tenemos un capital humano joven con potencial inmenso, si logramos formarlo adecuadamente.
El Perú del 2026 puede ser un país que recupera su rumbo si tomamos decisiones valientes y responsables. Un país que entiende que la prosperidad no se distribuye: se crea. Un país que apuesta por un crecimiento inclusivo, por instituciones que funcionen y por una economía que genere oportunidades reales.
Decisiones sabias para un futuro mejor
De cara al proceso electoral, nos corresponde hacer algo que pocas veces hemos hecho: evaluar, exigir y elegir con criterio.
No preguntarnos qué promete un candidato, sino:
¿Tiene visión de país? ¿Conoce cómo funciona la economía? ¿Respeta la institucionalidad? ¿Tiene un equipo competente? ¿Promueve la inversión y el crecimiento? ¿Sabe que la educación es la base del desarrollo? ¿Propone unir, no dividir?
El 2026 necesita líderes que gestionen, no que improvisen; que construyan, no que polaricen; que inspiren, no que destruyan confianza.
Pero también necesita ciudadanos que entiendan que la democracia es un proyecto colectivo, no un espectáculo de campaña.
Conclusión: el 2026 será lo que nosotros decidamos que sea
El futuro del Perú no está escrito. No está predeterminado. No está condenado. El futuro será resultado de nuestras decisiones: las grandes y las pequeñas, las individuales y las colectivas.
El 2026 puede ser un año difícil, sí. Pero también puede ser el año en que recuperemos el rumbo, en que volvamos a creer, en que apostemos por un país que funciona porque sus ciudadanos así lo deciden.
La esperanza no nace de los discursos: nace de las decisiones responsables. Y este es el momento de tomarlas. Porque el Perú merece más y porque podemos ser más.






