Una infraestructura de más de 20 años, que movió millones y cambió el mapa agrícola del Perú, hoy agoniza entre abandono, sequía y omisiones del Estado.
El Proyecto Olmos, el megaproyecto hidráulico que convirtió el desierto de Lambayeque en tierra fértil, se tambalea. Lo que fue un ícono de transformación agroexportadora, enfrenta hoy su mayor crisis: la represa Limón —punto vital del sistema— ha perdido más del 75% de su capacidad de almacenamiento. La situación es crítica. Agricultores y autoridades ya hablan de “alerta roja”.
Todo comenzó en 2004, cuando el Estado peruano adjudicó la concesión a Odebrecht para construir un sistema de trasvase de aguas del río Huancabamba hacia la costa. Entre 2006 y 2014 se ejecutaron las obras, incluido un túnel de más de 20 kilómetros que cruzó los Andes para dar vida a más de 24 mil hectáreas de desierto y 500 hectáreas del histórico Valle Viejo. El resultado fue una revolución agrícola: 70 mil empleos directos, exportaciones por encima de los 1,200 millones de dólares, y una región impulsada por la agroindustria.
Pero esa bonanza hoy está en riesgo. En zonas como el Valle Viejo, los agricultores reciben agua apenas dos horas al día, muy lejos de los 300 litros por segundo que se prometieron. La concesión del trasvase vence en septiembre de 2025 y hasta ahora no hay nuevo operador designado. El actual gestor, el Consorcio Trasvase Olmos —vinculado al Grupo Novonor, exOdebrecht— ha abandonado el mantenimiento y operación adecuados. Si nada cambia, expertos alertan que para 2028 la represa podría quedar completamente inoperativa.
La respuesta estatal ha sido nula. Por eso, organizaciones civiles y asociaciones agrícolas han exigido una intervención urgente. Sus demandas son claras: dragar y recrecer la represa Limón, garantizar el flujo del trasvase y nombrar un operador responsable y permanente. El tiempo corre. Si el Estado sigue de brazos cruzados, el mayor sueño hídrico del norte peruano podría convertirse en su peor pesadilla.