La fuerte devaluación del boliviano ha llevado a comerciantes en Desaguadero a rechazar su propia moneda. El sol peruano se convierte en el nuevo patrón de intercambio.
Bolivia atraviesa una tormenta económica que comienza a transformar sus dinámicas fronterizas. En regiones como Desaguadero, en la línea limítrofe con Perú, el boliviano ha perdido su valor como medio de pago en las actividades comerciales informales, desplazado por el sol peruano, que hoy rige la mayoría de transacciones cotidianas.
“Antes pagaba a mis caseras peruanas en bolivianos, pero ahora no lo aceptan porque ya no tiene valor”, declaró Efraín Mamani, comerciante boliviano que importa textiles desde Lima, al diario El Deber. Casos como el suyo reflejan un fenómeno creciente: mototaxistas, pequeños vendedores y transportistas ya se niegan a recibir moneda boliviana. La realidad ha obligado a muchos a cambiar su dinero antes de cada operación comercial, encareciendo el costo de vida y reduciendo el margen de ganancias.
Según cifras del mismo medio, la devaluación del boliviano en estas zonas supera el 160%. En Desaguadero, 100 bolivianos equivalen en promedio a solo 52 soles peruanos, aunque la cotización varía a diario. Esta alta volatilidad ha empujado a muchos comerciantes a pausar sus operaciones, ante costos que ya no pueden absorber.
La crisis fronteriza es apenas la punta del iceberg. Internamente, Bolivia también enfrenta distorsiones económicas severas. Según UNITEL, los menús populares en mercados subirán a 13 bolivianos en junio de 2025, impulsados por el aumento de precios en la canasta básica y la escasez de dólares. El plato tradicional silpancho dejará de llevar huevo en muchos puestos de comida debido al encarecimiento de este insumo.
En paralelo, el contrabando “a la inversa” se ha intensificado. La diferencia de precios ha provocado que productos como carne, huevos, gas y hasta ganado ingresen de manera informal desde Perú hacia Bolivia. Una dinámica similar ocurre en la frontera con Argentina, donde los efectos de la devaluación del peso argentino han convertido a Bermejo en un polo de comercio informal, esta vez con flujo opuesto: argentinos cruzan para abastecerse en Bolivia.
El deslizamiento de la moneda boliviana es síntoma de una desconfianza creciente en la estabilidad económica del país. La informalidad se impone ante la incapacidad del sistema para contener la presión cambiaria, y el ciudadano de a pie —como el comerciante, el mototaxista o la cocinera— es quien absorbe el impacto más crudo de esta nueva economía paralela que se gesta desde las fronteras.