El dominio chino sobre el suministro de minerales críticos pone en jaque la seguridad económica global y obliga a repensar las estrategias de diversificación.
La carrera hacia una economía descarbonizada podría tropezar con una debilidad estructural: la excesiva concentración del suministro de minerales esenciales en apenas tres países. Un informe reciente de la Agencia Internacional de Energía (AIE) revela que, en 2024, el 86% de la producción global de cobre, litio, cobalto, grafito y tierras raras proviene de solo tres naciones. En la mayoría de los casos, el actor dominante es China.
Este control no se limita a la extracción. China lidera también el refinado y procesamiento de 19 de los 20 minerales críticos analizados, con una participación promedio del 75% en estas etapas. Estos materiales son esenciales para sectores estratégicos: desde autos eléctricos y baterías hasta semiconductores, armamento y redes eléctricas. La situación actual deja a las economías avanzadas en una posición vulnerable ante eventuales disrupciones.
La AIE advierte que una interrupción en las cadenas de suministro —ya sea por conflictos geopolíticos, catástrofes climáticas o tensiones comerciales— podría disparar los precios e impactar la competitividad industrial global. El precedente está fresco: la crisis del gas ruso en Europa o la escasez global de chips post-pandemia son ejemplos claros del costo económico de depender demasiado de un único proveedor.
En ese contexto, la administración de Donald Trump ha convertido la reducción de la dependencia mineral extranjera en una prioridad de seguridad nacional. Su estrategia incluye acuerdos bilaterales con países ricos en recursos como Ucrania, impulso a la minería en aguas profundas y revisión de alianzas con territorios estratégicos como Groenlandia y la República Democrática del Congo. Además, busca acelerar el otorgamiento de permisos mineros dentro de Estados Unidos para fomentar una producción nacional robusta, con énfasis en el cobre, mineral clave para la electrificación.
A pesar de que los mercados globales están actualmente bien abastecidos y los precios han caído, la AIE proyecta un déficit de cobre del 30% para 2030. Esto anticipa una presión creciente sobre las cadenas de suministro si no se desarrollan nuevas fuentes diversificadas de abastecimiento.
La conclusión es clara: la transición energética no será sostenible sin una reconfiguración profunda de la geopolítica de los minerales. Y esa transformación requiere voluntad política, cooperación internacional y una visión económica de largo plazo.