El gigante asiático está reconfigurando su modelo energético y económico, impulsando un sector verde que ya supera al inmobiliario y marcando un cambio en la geopolítica global.
En abril de 2025, China instaló más capacidad solar en un solo mes que Australia en toda su historia. El dato refleja la magnitud de una transformación que va mucho más allá de la lucha contra el cambio climático: el país busca convertirse en el primer “electroestado” del mundo, asegurando su independencia energética a través de fuentes renovables.
El giro no es improvisado. Tras décadas de crecimiento marcado por la contaminación, el gobierno chino trazó desde 2015, con el plan Made in China 2025, un camino hacia industrias de alto valor agregado. Energías renovables, movilidad eléctrica y almacenamiento se convirtieron en prioridades, articuladas bajo un modelo de “clústeres” industriales donde fábricas de baterías, módulos fotovoltaicos y vehículos eléctricos conviven y se retroalimentan. El resultado: un sistema autosuficiente que controla desde la extracción de litio y tierras raras hasta la manufactura tecnológica, consolidando a China como líder indiscutido en cadenas globales de suministro.
El país aún enfrenta contradicciones: mientras suma más de 45 GW de capacidad solar en abril de 2025, también mantiene centrales de carbón para garantizar estabilidad en la transición. Sin embargo, datos de Carbon Brief muestran que las emisiones cayeron 1,6 % en el primer trimestre del año, señal de un punto de inflexión. Al mismo tiempo, las economías de escala chinas han reducido el costo de tecnologías limpias en todo el mundo, permitiendo que países con menos recursos aceleren sus propias transiciones.
Más que un compromiso climático, la apuesta responde a un imperativo de seguridad nacional. China importa más del 70 % del petróleo que consume, y reducir esa dependencia ha impulsado una electrificación acelerada. Hoy, su flota de autos eléctricos supera los 20 millones de unidades, y la Agencia Internacional de Energía estima que su demanda de crudo alcanzará su pico en 2027. Este cambio altera también el equilibrio del mercado petrolero global, donde China fue durante años el gran motor de consumo.
La revolución energética china ya impacta en la estructura económica interna: en 2024, la industria de energías limpias aportó el 10 % del PIB, superando al sector inmobiliario. En el plano internacional, redefine la geopolítica energética: a diferencia del petróleo o el gas, la solar y la eólica son accesibles a casi cualquier nación, democratizando la producción y estabilizando los costos.
Mientras países exportadores de combustibles fósiles, como Australia, enfrentan un futuro incierto, China muestra que un modelo basado en renovables no solo es viable, sino rentable. La transición hacia el electroestado parece haber comenzado, y Pekín marca el ritmo.






