Por Juan Andrés Oliva, cofundador de dME Network
Hace poco escuché a un gerente decir que su empresa estaba “blindada” porque migró sus servidores a la nube y reemplazó todo el software local por aplicaciones SaaS. Esa convicción olvida un detalle: hoy el 100% del trabajo —y de los errores humanos— pasa por el navegador.
El firewall dejó de custodiar la frontera; la puerta de entrada está en la pestaña que abre cada colaborador.
La transformación digital ha transitado tres grandes olas. La primera movió la infraestructura física a la nube; la segunda llevó las aplicaciones de escritorio a la web. La tercera, la que vivimos ahora, exige gobernar el navegador, porque controla los sitios que se visitan, qué extensiones se instalan y cuánta información sensible abandona la compañía.
El riesgo no es hipotético. El 82% de los incidentes reportados en 2024 en Chile se originó en phishing y downloads inadvertidos —fallas de simple oportunidad, no de alta sofisticación—, pero cada detención operacional costó en promedio 19 horas de trabajo.
Para los directorios, el impacto ya no es solo reputacional: la nueva Ley de Protección de Datos hace solidariamente responsables a sus miembros, con multas que escalan a 20.000 UTM e incluso sanciones penales.
La buena noticia es que proteger el navegador aporta más que seguridad. Permite medir tiempos de navegación, bloquear distracciones y enviar alertas contextuales que conducen a una mayor eficiencia. El invertir en “browser hardening” ya no es un gasto defensivo, es una palanca de productividad y cumplimiento normativo.
Los directorios que comprendan esta tercera ola tomarán ventaja doble: reducirán la superficie de ataque y liberarán capacidad para innovar. Los que la ignoren, tarde o temprano, pagarán el costo de un clic mal dado. El momento de decidir es ahora, antes de que llegue la primera gran multa o el próximo correo “urgente” que paralice la operación.