Por Antonio Herrera Cabanillas
Durante años, muchos directorios y gerencias han visto la sostenibilidad como un gasto “extra”, algo que resta recursos al negocio principal. Esta mirada cortoplacista ha retrasado transformaciones urgentes y, en algunos casos, ha costado caro en términos de reputación, competitividad y acceso a capital. Sin embargo, la evidencia empírica acumulada en las últimas dos décadas es contundente: la sostenibilidad no es un costo, sino una inversión que genera valor tangible.
El mito del costo extra
En economías emergentes, todavía es frecuente escuchar que cumplir con estándares ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) encarece los proyectos y limita el margen de utilidad. Pero múltiples estudios han desmentido esta percepción.
Un meta-análisis de más de 2,000 investigaciones realizado por Friede, Busch y Bassen (2015) —uno de los más completos hasta la fecha— concluye que cerca del 90% de los estudios encuentra una relación positiva entre desempeño ESG y resultados financieros corporativos. Es decir, las compañías que integran la sostenibilidad a su estrategia son más rentables en el mediano y largo plazo.
Finanzas que premian el compromiso
La tendencia se refleja también en los flujos globales de inversión. El Global Sustainable Investment Alliance reporta que los activos bajo gestión con criterios ESG ya superan los 35 billones de dólares, lo que equivale a más de un tercio del total de activos financieros en el mundo. Los fondos de pensiones, aseguradoras y bancos de desarrollo están redirigiendo capital hacia empresas que pueden demostrar impacto positivo.
En América Latina, este cambio empieza a ser evidente. La Bolsa de Valores de Lima, por ejemplo, ha impulsado el Índice de Buen Gobierno Corporativo y promueve reportes de sostenibilidad como requisito de transparencia. Quien no se adapte, perderá atractivo para inversionistas internacionales cada vez más exigentes.
Consumidores y talento más conscientes
El impacto no se limita a los mercados financieros. Según el PwC Global Consumer Insights Survey (2023), el 70% de los consumidores en mercados emergentes está dispuesto a pagar más por productos sostenibles, siempre que haya pruebas verificables del compromiso de la empresa. En paralelo, Deloitte (2022) señala que más del 50% de los jóvenes de la “Generación Z” prefiere trabajar en organizaciones con un propósito claro y políticas sostenibles.
Esto implica que la sostenibilidad no solo atrae capital, sino también clientes leales y talento de calidad, dos activos fundamentales en la competitividad empresarial.
Reducir riesgos, ganar resiliencia
Otra dimensión clave es la gestión de riesgos. Los efectos del cambio climático, la inestabilidad política y las brechas sociales representan costos crecientes para las compañías. De acuerdo con el World Economic Forum (2024), los cinco riesgos globales más probables en los próximos diez años están directamente relacionados con el medioambiente y la cohesión social.
Empresas que invierten hoy en eficiencia energética, economía circular o programas de relacionamiento comunitario no solo reducen su huella, sino que también ganan resiliencia frente a contextos volátiles. Al final, estas decisiones estratégicas terminan siendo más baratas que enfrentar crisis reputacionales, sanciones regulatorias o paralizaciones sociales.
El caso latinoamericano: desafíos y oportunidades
En nuestra región, la sostenibilidad suele verse bajo la lógica de cumplimiento normativo, más que como una ventaja competitiva. Sin embargo, ejemplos de innovación no faltan:
- En Colombia, el sector financiero ha incorporado estándares verdes para el otorgamiento de créditos, lo que está transformando el perfil de las carteras.
- En Brasil, las empresas de agronegocios que adoptaron certificaciones ambientales han accedido a nuevos mercados europeos con precios premium.
- En Perú, iniciativas de agroexportadoras que apuestan por el bienestar de trabajadores y comunidades han generado incrementos directos en productividad y competitividad internacional.
Estos casos demuestran que el enfoque de sostenibilidad genera retornos medibles, incluso en sectores tradicionalmente intensivos en recursos naturales.
Del compliance a la estrategia
El verdadero reto es pasar del cumplimiento mínimo a la integración estratégica. Para ello, se requieren tres pasos clave:
- Medir lo que importa: identificar indicadores ESG materiales según el sector. No todos los temas tienen el mismo peso; lo esencial es enfocarse en lo que impacta directamente en el negocio y en la sociedad.
- Vincular sostenibilidad con finanzas: incluir objetivos ESG en los planes de inversión, presupuestos y evaluaciones de desempeño.
- Comunicar con transparencia: reportar avances y resultados bajo estándares internacionales (GRI, SASB, ISSB) para generar confianza con stakeholders.
Conclusión: inversión que asegura el futuro
Las empresas que siguen viendo la sostenibilidad como un gasto optan por una visión de corto plazo, que tarde o temprano cobrará factura. En contraste, aquellas que entienden la sostenibilidad como inversión logran atraer capital, consumidores, talento y confianza social.
La evidencia es clara: el costo de no invertir en sostenibilidad es mucho más alto que el de hacerlo. Hoy, la verdadera pregunta no es cuánto cuesta integrar criterios ESG, sino cuánto se arriesga al no hacerlo.
El futuro empresarial no se escribirá con balances que ignoren el impacto social y ambiental, sino con modelos que reconozcan que la rentabilidad y la sostenibilidad son, en realidad, dos caras de la misma moneda.






