La paradoja del etanol de caña peruana: líder en rendimiento, pero frena su expansión

El Perú tiene los rendimientos más altos del mundo en caña de azúcar y un modelo de economía circular, pero deja de cultivar 10.000 hectáreas por falta de una política clara sobre biocombustibles.

La industria peruana de la caña de azúcar es un caso de éxito técnico y ambiental: cosechas con los rendimientos más altos del mundo, una economía circular ejemplar y exportaciones de etanol con baja huella de carbono altamente valoradas en Europa. Sin embargo, Perú ha dejado de cultivar un área equivalente a 14.000 campos de fútbol por falta de una hoja de ruta clara en política energética.

Actualmente, el Perú cultiva alrededor de 86.000 hectáreas de caña, de las cuales unas 30.000 han sido desarrolladas por grandes empresas con tecnología moderna, especialmente en Piura y Olmos. De estas, apenas dos empresas concentran la producción de etanol para mezcla con gasolina, con una capacidad de 340.000 m³ anuales, pero solo producen cerca de 200.000 m³, casi todo para exportación.

En el mercado interno, la mezcla obligatoria de etanol con gasolina se mantiene en 7,8%. Un porcentaje que contrasta con países como Brasil o Paraguay, que ya alcanzan niveles del 30%. El gerente de Perúcaña, Carlos Castro Serón, explica que aumentar esta mezcla al 10%, 15% o 20% permitiría expandir la frontera agrícola y generar inversiones clave en el sector. Con una mezcla del 15%, podrían cultivarse 10.000 hectáreas más.

El impacto en el precio final del combustible sería mínimo, según el propio Minem, mientras que el beneficio ambiental sería considerable. El etanol de caña tiene una huella de carbono mucho menor que el de maíz, y Perú es uno de los pocos países del mundo donde puede cosecharse caña todo el año. Esta continuidad ha permitido empleos estables para 40.000 personas directamente y hasta 100.000 sumando indirectos.

La industria también enfrenta retos estructurales. El alto costo de maquinaria para la cosecha en verde (US$750.000) limita la adopción de prácticas sostenibles por parte de los 20.000 pequeños productores, quienes aún representan el 30% del suministro nacional. Aun así, el modelo circular destaca: nada se pierde, y todos los subproductos de la caña son reutilizados.

La industria no solo piensa en gasolina: también apunta a los combustibles sostenibles para aviación, en una carrera global para descarbonizar el transporte aéreo. Para ello, será clave una política pública articulada que involucre al Ministerio de Transportes y la Dirección de Aeronáutica Civil.

En un año marcado por la caída del precio del azúcar (de 28 a 15 centavos por libra), el sector espera cerrar con cifras estables: 1 millón de toneladas de azúcar y 160.000 m³ de etanol. Pero el verdadero crecimiento dependerá de lo que el Estado decida hacer en términos de previsibilidad, incentivos y liderazgo en transición energética.