Mientras China inyecta 50.000 millones en su industria de semiconductores, EE.UU. acelera con la Inteligencia Artificial como catalizador económico y estratégico.
La competencia entre China y Estados Unidos por el liderazgo tecnológico global acaba de escalar otro nivel. El gobierno chino ha decidido canalizar más de US$ 50.000 millones a través del Big Fund III, su fondo estatal para impulsar el desarrollo nacional de chips, especialmente en las áreas más vulnerables tras las sanciones de EE.UU.: litografía y software EDA. El objetivo ya no es apoyar todo el ecosistema, sino corregir las debilidades estructurales que impiden a China fabricar y diseñar chips de última generación.
Firmas como SMEE (especializada en herramientas de litografía) y Empyrean (software de automatización de diseño electrónico) serían los principales beneficiarios. Huawei, además, estaría desarrollando sus propias soluciones. A la par, se fomentarán fusiones y adquisiciones para consolidar un ecosistema más competitivo. Las restricciones impuestas por EE.UU. —como las que prohíben la venta de equipos avanzados de ASML, Applied Materials o Synopsys— han demostrado ser efectivas, y ahora China busca cómo revertirlas con capital y concentración estratégica.
En el otro frente, Estados Unidos prepara una ofensiva basada en la IA y la energía. De la mano de Donald Trump, se lanzará un paquete de medidas que incluye facilitar permisos, ofrecer terrenos federales para centros de datos, y flexibilizar normas ambientales para acelerar nuevos proyectos energéticos. La urgencia es clara: según Grid Strategies, entre 2024 y 2029 la demanda eléctrica en EE.UU. crecerá cinco veces más rápido de lo previsto. Y según Deloitte, el consumo energético de la IA se multiplicará por 30 al 2035.
Trump quiere evitar cuellos de botella energéticos mientras amplifica su ventaja en tecnología. Su “Proyecto Stargate” contempla incluso reactivar plantas nucleares y de gas, eliminando barreras regulatorias. Todo esto con miras a presentar resultados en el llamado “Día de Acción contra la IA”, el 23 de julio. La estrategia: convertir a EE.UU. en el centro de gravedad global de la inteligencia artificial, consolidando un poder tecnológico y económico difícil de alcanzar.
Así, el pulso entre las dos potencias ya no es solo comercial ni digital: se está convirtiendo en una guerra por el futuro energético, logístico y geopolítico. Los chips son apenas el comienzo de una carrera que, de mantenerse, definirá el nuevo orden mundial tecnológico en la próxima década.






